El mundo rosa de Kyôko Okazaki

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Kyôko Okazaki | josei, drama, psicológico | 1 tomo | Año: 1989 | Ponent Mon | ★★★★1/2|

Érase una vez una alegre y linda muchacha llamada Yumiko, con una hermanastra impertinente, una malvada madrastra que le hacía la vida imposible, un guapo galán que la merodeaba, y una simpática mascota cuya presencia iluminaba su rutinaria vida. Érase una vez un cuento de hadas al revés, donde todos su personajes se encontraban distorsionados, y la historia que narraba carecía de inicio y conclusión. Érase una vez Pink (1989). Pink toma los ingredientes del cuento tradicional de princesas y lo traslada al Tokio demente de finales de los años 80; pervierte sus atributos y los adapta a la vida de una mujer joven inmersa en un entorno cruel, absurdo y sórdido. Sin quitarse las gafas de color de rosa. El rosa, el color de las niñas, la felicidad del primer amor y las barbies. Kyôko Okazaki se ríe a mandíbula batiente de los clichés, tritura sin piedad todos esos convencionalismos asociados al shôjo y josei. Bienvenidos al mundo de las mujeres reales, camaradas otacos, que, ¡oh, sorpresa!, son seres humanos, no muñecas.

Pink es un manga histórico dentro del josei tan trascendental como lo fue Akira para el seinen y el manga en general. Fue una vuelta de tuerca, una revolución en la demografía que logró ponerla en el mapa. La dignificó, la legitimó. Hasta entonces casi ningún mangaka se la había tomado en serio, había nacido a principios de los 80 para las lectoras que años antes habían leído shôjo, y continuaba sus premisas más aburridas. Pero si el Grupo del 24 reformó profundamente el tebeo para chicas, que también había sufrido cierta desatención, ¿no merecía el josei sobreponerse a la negligencia a la que estaba sometido? ¿Por qué se consideraba (y sigue siendo así) irrelevante el manga dirigido a mujeres?

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Kyôko Okazaki

Conste en acta que no soy precisamente fan de este tipo de clasificaciones, me parecen bastante contraproducentes; pero ya que las tenemos aquí y existen (espero que vayan desapareciendo con el tiempo), no deberíamos arrinconar aquellas dirigidas al público femenino. Persiste todavía cierto vicio que considera las obras de esta clase de inferior calidad, incluso las ignora. Y si el shôjo está comenzando a gozar (ya era hora) de un merecido prestigio, con el josei el asunto todavía no ha acabado de despegar. Al menos entre el público hispanohablante sigue habiendo un desconocimiento flagrante. Pero he aquí que algunas editoriales como Tomodomo o Ponent Mon están realizando ciertos avances, e intentando cubrir ese gigantesco boquete existente en el manga en español. Es un riesgo, porque se trata de una demografía tradicionalmente maltratada, pero da la sensación (o es lo que me gustaría pensar) que esa mala costumbre se encuentra en franco retroceso. Y aquí tenemos este maravilloso Pink que Ponent Mon ha publicado este 2018. En 2017 ya se atrevió con Gorda (1997) de Moyoco Anno (reseña aquí), y como parece que la respuesta comercial no ha sido del todo mala, ha osado dar el paso definitivo y traernos a la salvaje, rebelde pero siempre chic Kyôko Okazaki.

Desde mi limitado conocimiento y humilde perspectiva (ojalá pudiera tener acceso a más material, disponer también del tiempo y el dinero), la Santísima Trinidad del josei es Pink (1989) de Kyôko Okazaki, Gorda (1997) de Moyoco Anno y Helter Skelter (1995) de, otra vez, Kyôko Okazaki (reseña aquí). La Sagrada Shub-Niggurath Madre de Cientos de miles de Corderos. Este trío de mangas resulta fundamental dentro de la demografía, sin ellos no se comprende nada. Y por derecho propio son, además, clásicos del tebeo japonés.

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A mi querida amiga Isis también le entusiasma «Pink»

Pink tiene lugar en ese Japón enloquecido de los happy eighties, una época de bonanza y opulencia en la que los urbanitas se entregaron a un consumismo chiflado y al hedonismo más insensato. Se sabían en la cima del mundo (pronto llegarían las vacas flacas), y su desenfreno solo reflejaba en realidad la soledad de un enorme vacío interior. Su protagonista es Yumiko, una mujer en la veintena frívola y descarada, que es capaz de todo por conseguir unos bonitos zapatos… o comida para su cocodrilo. Una reverberación de esa enajenación propia de la década, con su inocencia e inconsciencia procaz; también con un amor profundo a lo material y una fuerte voluntad pragmática. Yumiko es, en cierta forma, la misma Okazaki, una Tokyo Girl que vive la vida al máximo sin miedo, aunque todo se vaya derrumbando a sus pies.

Dijo Jean Luc Godard que «todo trabajo es prostitución». Cuánta razón. Desde luego, pienso igual. Hay personas que son conscientes de ello, otras que ni siquiera lo saben, otras que lo ignoran a sabiendas, etc. Pero permitidme que os lo repita: «todo trabajo es prostitución». Pero es que también es amor. Todos los trabajos sin excepción. Sí, amor. Amor.

Kyôko Okazaki

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Yumiko, aparte de su trabajo como oficinista, por las noches se dedica a la prostitución. De otra manera no podría llevar el tren de vida que le gusta y, sobre todo, le sería imposible mantener a su querida mascota, un cocodrilo que engulle más de 10 kilos de carne al día. Un animalito que «da el toque perfecto de emoción y suspense a [su] vida». A Yumiko no le importa hacer ese esfuerzo extra, de hecho no le desagrada en absoluto. Considera el sexo una mera transacción para conseguir lo que necesita. Sin aspavientos ni dramas. Y como sucede en la mayoría de los cuentos, su padre es un eterno ausente; sin embargo, su pequeña hermanastra, Keiko, resulta un travieso apoyo y su brújula moral. La madrastra ejecuta el papel que se espera de ella de manera inamovible, con sus celos y pavor a envejecer, deseando dominar y destruir a su rival. Yumiko, indefectiblemente, ocupará su lugar en un futuro no demasiado lejano, ese rol asignado por la sociedad a la mujer madura de guardiana de la única femineidad admitida. ¿O logrará escapar de él? Quién sabe.

El amante de su madrastra, un joven que sueña con ser escritor, pasará de ser el leñador de Blancanieves a follamigo de Yumiko, y luego su novio. Esta no dudará en apoyarlo y mantenerlo para lograr su sueño. Una temática recurrente en la cultura japonesa, la del sacrificio de la felicidad femenina para favorecer la de un hombre desagradecido. El cineasta Kenji Mizoguchi la trabajaría en profundidad. Porque Haruo no tiene nada de príncipe azul, es un tipo pusilánime de ánimo melancólico y contemplativo, muy pasivo. Yumi es acción, se dirige siempre como una flecha hacia lo que quiere, no piensa en el mañana; Haruo deja que le hagan, es incapaz de realizar gran cosa por sí mismo, y tiene la vista perdida en el futuro. Es como un parásito que una vez su anfitrión no le es útil, desaparece.

Mi polla entrando y saliendo de su coño sangriento parecía una salchicha embadurnada de kétchup.

Haruo

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Pink trata sobre sexo, amistad, amor caníbal y la vida en general en un Tokio impetuoso que ya no existe. De la servidumbre aceptada de la mujer hacia el hombre y la búsqueda infructuosa de liberación a través del dinero. Libertad y poder ser uno mismo porque, ¿qué es ser mujer en una sociedad que la obliga a permanecer como eterno satélite de un hombre? ¿Es la independencia económica de Yumiko libertad? Pink es un slice of life repleto de elementos disparatados y extravagantes, de cierto aire cómico que roza el esperpento, y que de esta forma logra que la digestión de todo lo que narra sea mucho más liviana. Porque, a pesar de la ligereza y alegre insolencia del caracter de Yumiko, a pesar de su gusto por la irreverencia cachonda, esta obra de Okazaki es cruda. Y muy dolorosa.

Durante 19 capítulos, Okazaki nos expresa en pinceladas sueltas, pero de precisión quirúrgica, la vida y mente de unas criaturas sumidas en la jungla capitalista del Japón de los 80. La historia va y viene, retrocede y avanza, se pierde y se encuentra, pues navega a través de las emociones y pensamientos de los personajes. Todos muy humanos, todos muy creíbles, todos insufribles y entrañables a la vez. Un drama costumbrista puro, natural y realista, pero con el sentido del humor retorcido de la mangaka insuflando oxígeno al monstruo. Porque Pink es un monstruo que se regodea en lo sórdido y banal de la existencia pero, como comentábamos al principio, con unas enormes gafas de cristal rosa puestas.

 

El arte de Okazaki es deliberadamente primitivo, de un trazo desmañado pero sobrio. Soy muy fan de su estilo abocetado, con una personalidad marcadísima que además explora su vertiente erótica sin caer en lo soez. Ha creado escuela, desde luego. Como un puntapié, Pink solo es para lectores valientes, porque es capaz de retorcer el estómago si uno se descuida. A pesar de tener casi 30 años, es un manga de contenidos plenamente vigentes, y en los tiempos que vivimos actuales de neocensura, lo considero muy necesario. Es una obra honesta y sin ambages, que invita a la reflexión a la par que busca provocar una reacción sincera en el que la lee. Un clásico que cambió muchas cosas, ¡y que ya era hora de que fuera publicado en español! ¿Podremos disfrutar en el futuro de otras obras de Kyôko Okazaki? Espero de corazón que sí.

 

SHO-SHIKIBU

9 comentarios sobre “El mundo rosa de Kyôko Okazaki

  1. Agendado queda, veré si rebuscando en la red lo encuentro (aunque sea en inglés) Todos los temas que toca me interesan y si además tiene un cruel sentido del humor mejor. Me alegra que una mangaka ponga sobre la mesa estos temas tan vigentes hoy en día como lo fueron en los 80. Besos a las tres 🙂

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    1. ¡Aloha, Coremi!
      No sé si está por scans en internet, espero que algún alma bondadosa lo haya hecho :/ Y si no, creo que de Okazaki cosillas hay, pero tampoco demasiadas. Es una autora a reivindicar entre la otaquería, merece más reconocimento.
      ¡Un beso grande, Coremi! ¡Nos leemos! ❤

      Le gusta a 1 persona

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